Creo que una de las mejores cosas que tiene la Noche Buena es que dura el mismo tiempo que las otras noches, y es que sería una pena en verdad que d
urase más, que se alargara con fines seguramente mundanos. Y es que sería insoportable, ver, saber o simplemente imaginar que cuando muchas familias están en la mesa departiendo platos tradicionales y repartiendo juguetes a los pequeños de la casa, muchas más familias –de eso estoy seguro- no tienen otra comida para cenar más que la de todos los días, y que los pequeños regalos para sus hijos en muchos casos no coincidieron con estas fechas, pero sí para contentarlos con una decena de cuetecillos. Sí, por eso, en principio, me alegra que la Noche Buena dure sólo unas cuantas horas. Porque el 25 es otro día más, un día que el sistema le ha dado a los seres humanos para descansar, para reconocer muchos lugares de la casa que hace un buen tiempo no prestabas atención o simplemente para que te admires cómo tus hijos están cada vez más grandes.

Los preparativos de la Navidad, que comienzan desde inicios de noviembre, hacen las cosas más difíciles a la gente que no cuenta con los ingresos económicos para planear algo “aceptable”. Y todo lo debemos a este mercantilismo aberrante que ha capturado nuestra realidad, que nos ha inyectado ese líquido verdoso llamado consumismo en nuestras iris, también en nuestras pulsiones, que cada vez nos pertenecen menos.
Con esta reflexión no quiero conseguir que ustedes sientan compasión ni remordimiento, sólo les pido que se la jueguen por la justicia, la equidad. Los desfavorecidos del mundo
, que son casi la mayoría absoluta, no necesitan de caridad, necesitan justicia, exigen justicia, racionalidad, demandan respeto por la vida humana y principalmente por sus vidas.

“Yo me interrogo ahora/ ¿por qué no he amado sólo/ las rosas repentinas,/ las mareas de junio,/ las lunas sobre el mar?/¿Por qué he debido amar/ la rosa y la justicia,/ el mar y la justicia,/ la justicia y la luz? Se preguntaba Juan Gonzalo Rose en un poema que le escribió a su hermana María Teresa, y es que la pregunta es tan licita cuando uno ha sentido el dolor del amigo de enfrente, del hermano de arriba, del paisanaje de adentro. ¿Acaso es necesaria la propia desgracia para sentirnos humanos? En todo caso no debería ser así, deberíamos ayudar al prójimo no por caridad sino por respeto, no para sentirnos bien sino para sencillamente reflejar nuestra alma.
Sabemos todos que en la víspera las sonrisas han estado sólo acompañados de regalos, los otros, la mayoría de los niños han tenido que dormirse para no seguir chancándose la cabeza con preguntas seguramente ajenas a la pobreza, y sus padres debieron haberse acostado aún antes que sus hijos, que esperaban aún un milagro, para dejar de sentir esa impotencia, doble por las fiestas, que sienten cada noche al darle un vistazo en el espejo a su existencia.
Si bien el ser humano ha necesitado siempre de mitos para consolarse de lo inexplicable, la de crear un viejo bonachón con un saco mágico lleno de regalos, es una de las más banales y tóxi
cas que se han creado -como el halloween- pues no necesitamos de seres bondadosos que nos reemplacen. Necesitamos seres humanos con sentido común para gobernar las naciones, necesitamos sabiduría y voluntad de redistribuir de manera equitativa las riquezas, en fin, necesitamos personas con mentes socialistas, como Jesús de Nazaret, quien ha pasado a ser un extra en esta fecha donde el mundo cristiano justamente celebra su esperado nacimiento. Jesús, el hijo de un carpintero, seguramente te estropearía la cena navideña si es que lo invitaras a tu casa en estas fiestas, como lo hizo cuando llegó al templo de Jerusalén y vio que lo estaban utilizando de mercado.
Si bien el ser humano ha necesitado siempre de mitos para consolarse de lo inexplicable, la de crear un viejo bonachón con un saco mágico lleno de regalos, es una de las más banales y tóxi

Este viejo de ropas abrigadas, de colores familiares, de una inmensa barba blanca, de una risa mema y una voz de armario, no debería ser el protagonista de esta fiesta que representa para muchos la venida del Mesías, del Salvador del mundo, de ese Hombre que planteó la igualdad del hombre sobre todas las cosas. Que enseñó por medio de la palabra a no agachar la cabeza ante la adversidad o frente al monstruo imperial. Que valoró el espíritu de los pobres sobre los ricos, quienes carecen normalmente de espíritu y gracia.
Mientras escribo estas líneas me entero del asesinato de nueve personas por parte de un estadounidense que vestido de Papá Noel irrumpió en una fiesta de Navidad en un suburbio de Los Angeles. La Policía informó que luego que Bruce Pardo abriera fuego contra varias decenas de personas e incendiara la casa, se suicidó de un balazo en la sien.
Los santas con sus llegadas inesperadas a los hogares que menos los necesitan también asesinan ilusio
nes, también perforan almas, asfixian futuros. Por eso no deberían existir avalados por ninguna bebida gaseosa ni por ninguna necesidad, que humana no es. Deberían existir hombres apoyando hombres, espaldas protegiendo espaldas, sueños comunes donde las flores, los ríos y las palomas sean las constantes. Deberíamos rechazar la presencia de cualquier señal de inequidad disfrazada de hombre bonachón, porque eso de que está en este mundo para hacer felices a todos los niños es tan falso como su buen humor.

Cuántas veces la indolencia de muchas personas terminan matando esperanzas, doblegando sonrisas, machacando miradas, pero a pesar que mis palabras se muestras tristes, no han perdido la ilusión de que las cosas cambien para bien, sin dejar de ser consciente que ello sólo dependerá de la mitad más uno de nosotros, de la mitad más cien de nosotros, del mundo entero. Porque estas fiestas sólo nos ayudan a reflejar cuán disparejo es el mundo, cuán injusto.
Defendámonos del consumismo monstruoso que nos separa del prójimo, dejemos de hacer más ricos a los ricos comprando cosas que en verdad no son imprescindibles para la felicidad humana, apoyemos al hermano que lo necesita, estribemos al compañero a levantar el brazo contra cualquier tipo de dictadura u opresión. Mirémonos sin prejuicios, sin regalos ni exquisitos platillos la próxima Navidad, démonos un abrazo entre todos, sabiendo que el calor del otro es alegría pura y alimento para nuestro espíritu. Mira a tu prójimo y regálale una sonrisa sincera, amiga y transparente.
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