Las estadísticas sentimentales de mi vida de los últimos años no han sido para nada favorables, si de esas estadísticas dependiera la realidad del país diríamos entonces que estaríamos un poco más fregados de lo que ya estamos, con las cifras en azul y todo eso que parece que para cualquier cambio real y para bien de las mayorías no vale. Y de esto me he comenzado a preocupar desde que Zamantha me hizo saber –como sólo saben decirlo las mujeres que hablan con los espejos- que no quería nada conmigo y que no siga con ese papel de templado y niño bueno de telenovela que esos no le gustan para enamorado y menos para hacerla feliz.
Sé que muchos –por no decir todos- ya habrán sacado un perfil de mis métodos para enamorar. No se dejen llevar necesariamente por lo que Zami me dijo, creo que no soy exactamente así. Pero me va mal, no la atino ni con la que está igual o peor que yo. La preocupación ya ha llegado a ser un temor y problema político de todo mí ser, todo yo debato con mucha prepotencia conmigo mismo. Temo que vayan claudicando uno a uno mis órganos que sólo viven del amor y para el amor.
Zami fue la ultima, pero Claudia, Andrea, Charo, Xiomara y todas las mujeres que llegaron a interesarme me dijeron- sin decirlo algunas- que no pasaba nada conmigo. Debo de ser un plomazo -como me lo diría una argentina-, un tipo sin gracia ni argumento, uno más de esos que en realidad son uno menos. Claro, no es que las cosas se hayan revertido bruscamente y antes haya sido un tipo asediado sino que no había pasado ta
nto tiempo sin una compañía femenina, sin alguien a quien pueda abrazar y hacerla feliz. Tanto tiempo ya necesitado de una sonrisa cómplice compartida.
Les contaré sólo algunos de mis actos fracasados y compungidos, por ejemplo, había quedado con Claudia para recogerla de su trabajo, pues había sufrido un robo el día anterior, y cuando estuve ahí, ella salió del edificio encandilada con un muchacho y pasó por mi lado sin titubear. Para el cumpleaños de Andrea estuve buscando por una semana su regalo hasta que lo encontré en una tienda de antigüedades. Era un cofrecito, del que tanto me había hablado Andrea, y siguiendo sus referencias lo ubiqué, me decía que su abuelita había prometido regalarle el suyo cuando muriera y que nunca lo vio. Yo tenía uno para su cumpleaños, se lo entregué forrado y no le dije que era. Días después como no me decía nada le pregunté por el regalo y me dijo que había desaparecido el día del cumpleaños, le dije que le había regalado un cofre idéntico al que su abuelita le prometió y, Dios mío, no me creyó.
Sé que mucho del poco encanto (desencanto) que me cubre está embadurnado de mala suerte y debo de ser un monse de polendas, un faite con corbata de michi y peinado con la raya al medio, en fin, un magíster en Desatino crónico. Mi Dios debe haber comenzado a sufrir de Alzheimer y mi Satán de cataratas. A mi simpatía debe haberle crecido dos sinceras comillas, mi composición química sentimental debe haberse mezclado con uranio Iraní. Pareciese que mi parlamento orgánico ha sido atacado por el Ántrax de la inoperancia.
Ahora que me pongo a inventariar lo poco que me queda de lo poco que siempre tuve, en mis relaciones con las mujeres, sólo encuentro: una puntualidad resbalosa, una cordialidad pusilánime, un respeto setentero, una sonrisa pálida, un humor flaco, una economía del tercer mundo, una fidelidad desfasada. Talvez lo único que me quede de encanto sea ser agente nada especial doble cero, como Connery. Lo admito, como él, sólo lo doble cero a la izquierda.
Sé que muchos –por no decir todos- ya habrán sacado un perfil de mis métodos para enamorar. No se dejen llevar necesariamente por lo que Zami me dijo, creo que no soy exactamente así. Pero me va mal, no la atino ni con la que está igual o peor que yo. La preocupación ya ha llegado a ser un temor y problema político de todo mí ser, todo yo debato con mucha prepotencia conmigo mismo. Temo que vayan claudicando uno a uno mis órganos que sólo viven del amor y para el amor.
Zami fue la ultima, pero Claudia, Andrea, Charo, Xiomara y todas las mujeres que llegaron a interesarme me dijeron- sin decirlo algunas- que no pasaba nada conmigo. Debo de ser un plomazo -como me lo diría una argentina-, un tipo sin gracia ni argumento, uno más de esos que en realidad son uno menos. Claro, no es que las cosas se hayan revertido bruscamente y antes haya sido un tipo asediado sino que no había pasado ta

Les contaré sólo algunos de mis actos fracasados y compungidos, por ejemplo, había quedado con Claudia para recogerla de su trabajo, pues había sufrido un robo el día anterior, y cuando estuve ahí, ella salió del edificio encandilada con un muchacho y pasó por mi lado sin titubear. Para el cumpleaños de Andrea estuve buscando por una semana su regalo hasta que lo encontré en una tienda de antigüedades. Era un cofrecito, del que tanto me había hablado Andrea, y siguiendo sus referencias lo ubiqué, me decía que su abuelita había prometido regalarle el suyo cuando muriera y que nunca lo vio. Yo tenía uno para su cumpleaños, se lo entregué forrado y no le dije que era. Días después como no me decía nada le pregunté por el regalo y me dijo que había desaparecido el día del cumpleaños, le dije que le había regalado un cofre idéntico al que su abuelita le prometió y, Dios mío, no me creyó.
Sé que mucho del poco encanto (desencanto) que me cubre está embadurnado de mala suerte y debo de ser un monse de polendas, un faite con corbata de michi y peinado con la raya al medio, en fin, un magíster en Desatino crónico. Mi Dios debe haber comenzado a sufrir de Alzheimer y mi Satán de cataratas. A mi simpatía debe haberle crecido dos sinceras comillas, mi composición química sentimental debe haberse mezclado con uranio Iraní. Pareciese que mi parlamento orgánico ha sido atacado por el Ántrax de la inoperancia.
Ahora que me pongo a inventariar lo poco que me queda de lo poco que siempre tuve, en mis relaciones con las mujeres, sólo encuentro: una puntualidad resbalosa, una cordialidad pusilánime, un respeto setentero, una sonrisa pálida, un humor flaco, una economía del tercer mundo, una fidelidad desfasada. Talvez lo único que me quede de encanto sea ser agente nada especial doble cero, como Connery. Lo admito, como él, sólo lo doble cero a la izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario