miércoles, 17 de diciembre de 2008

La tirria profesional del ojo ajeno

"Cocaleros, sean menos hipócritas y digan la verdad: que les es mucho mejor negocio personal sembrar coca que otros cultivos (...) que sólo quieren su billete de los narcos porque son pobres y quieren vivir mejor, sólo les deseo una cosa; que ustedes y todos sus hijos se vuelvan adictos. No habría nada más delicioso que ver al alacrán envenenarse con su propio veneno.".
Este fragmento pertenece a la Editorial titulada “la lógica cocalera” del diario Correo, escrito por el monofacético Aldo Mariategui, el 20 de abril pasado. Después de los constantes juicios que se permite dar y los ponzoñosos arrebatos- que parecen ser el alimento diario- de este periodista, creí que no iba a sorprenderme nunca más. Pero esta maldición, este deseo cargado de fundamentalismo y desidia, esta visión sesgada del típico hombre de horizonte de calibre corto, que dirige a los cocaleros y a sus hijos, debe llevarnos a todos los que creemos en el respeto entre seres humanos, a la indignación.

Parece que la conciencia y los pocos escrúpulos de este señor han ido acomodándose en la profundidad de ese abismo que adoptó y llama sistema neoliberal, que niega cualquier equivocación o defecto de quien plantea la forma de actuar, y de que si hay retroceso y falencias en el progreso es por culpa de los pobres, que según el dogma, no saben lo que es bueno para ellos, y por eso la necesidad de coaccionar a la hora de hacer.

Además, me preocupa que sea un periodista, director de un diario, el que se dirija así a sus conciudadanos, salvo que él no lo crea de ese modo y se sienta diferente, de repente rico y con una buena vida que, no tiene que cultivar coca para sentirse a gusto económicamente. Desear con deleite la adicción de peruanos y sus descendientes, es cosa de un egoísmo nato y de un espíritu barato. Obvia o, más bien, defiende esa poca verdadera voluntad –del Estado- de querer sacar adelante a esa gente afectada por ese maldito hábito de procrastinar.

No sé por qué se me viene a la mente la tragedia de Virginia, donde la profesora de Cho Seung Hui recordó el tono perturbador de algunos de los ejercicios literarios del surcoreano, al punto que sus instructores le aconsejaron recibir ayuda psicológica.

Si la libertad de expresión defiende este tipo de hemorragia emocional negativa, no nos sorprendamos de que uno de estos días, este señor se deleite y se sienta complacido al escuchar la noticia de un Cho por estos lares, claro, no en Miraflores ni en las orillas de Asia (Eisha), sino donde están los “…pobres que quieren vivir mejor…”.

Señor Aldo, qué irracional ese pedido, ¿no?

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