viernes, 19 de diciembre de 2008

¡Qué se entere el mundo de nuestras vidas paralelas!

Creo que la manera correcta de comenzar a hablar de ti es preguntándome en qué fallé, pero comenzaré mejor detallando la postergación de una sonrisa tuya, ante este menesteroso de encanto puro. Uno de los detalles que recuerdo de la primera escena que compartimos fue haber colaborado como caballero de corte irreal, aquel día de abril, en medio de esa cuesta que tenía como único fin, acercarnos, pero solo eso, en concreto: postergarnos.

Nos caímos demasiado bien, me preocupó eso, porque las cosas intensas normalmente nacen de fiascos prematuros, por eso intenté sin reparo caerte no tan bien, pero fallé. Y en aquel hipocampo de sábado -y esto lo digo negando de manera anticipada alguna aclaración- nos volvimos amigos, confidentes que comenzamos a compartir una desconfianza aniquilada, y eso me hizo cambiar de planes y por consecuencia, de oficio.

En nuestras conversaciones yo hablaba muy poco de ti, como conociéndome que podía equivocarme y apresurar las cosas, en fin, éramos amigos y lo hacíamos bien, no me molestaba que mirases a alguien o que soñaras con Brian Adams, era lo de menos. Lo que me importaba era que llegara aquel día donde, no conversaríamos más sin lograr mirarnos con la piel- esa de miel que te acoge y esa de nácar que me maneja-. Más bien hablaba de pómulos que me volvían loco, pero tu nada de vértelos en el espejo.

Una vez, sentados en un ómnibus, me pediste que me vaya, “¡Vete!- y unas lagrimas se suicidaban- ¡tonto, vete!” y, yo no podía irme, lo intenté pero no pude irme y eso me refrescó el alma y las ideas, y sólo te abracé con toda voluntad de hacerte saber mi arrepentimiento. Desde ese abrazo no nos soltamos hasta llegar a Lima, fue maravilloso saber que los abatares enlazan los sentimientos y te vuelven, de nuevo, un ser humano, de rasgos profundos.

En aquel viaje también fui por unos segundos tu Clark Kent, me hubiera gustado ahorrarme ese apelativo barato pero tenía que estar ahí, estabas en peligro y era cuestión de milésimas. Dormiste en mis piernas contra tu voluntad, y a pesar de todo eso, de lo bueno y lo malo, seguíamos siendo seres postergados a ese verbo que no mencionaré para no perder lo poco que queda en ti de este tipo descompaginado.

Siento la necesidad de que te re-enteres de todos estos detalles que fueron nuestros, cincuenta cincuenta, fatales detalles inacabados. Así lo tomo, así lo sobrellevo mientras observo las monturas de resina que me escogiste y no imaginaste que compraría, porque así eres tú, no quieres creer muchas cosas que están de más creerlas porque, para bien o para mal, no necesitaban ya de fe.

Ahora, desencontrados como nunca, por evitar daños a terceros y creo que hasta a cuartos, no queremos ubicarnos. Nuestras manos se levantan tímidas a metros, y nos hacemos los sonsos, los ocupados, como queriéndole dar la razón a la sin razón. En verdad estamos como quise estar en el principio contigo, y hoy por la mañana -mientras leía a Benedetti- y su olvido lleno de memoria, no me quedó otra cosa que morderme los labios, de rabia.

No puedo llegar a entender por qué la poca gracia de mi desgracia y el mucho desgano de mi corazón de almíbar. ¿Y tú corazón? Ese de risas y de tristezas gordas, ese que no sabe hacer otra cosa que amar a voluntad de Dios y a Dios. Qué es de él, recuerdo sus calles, no me perdería en ellas porque sé que esas chicas inventadas en Japón -sabes a que me refiero- me dirían el paradero de tus ganas.

Callemos ese ruido estereofónico que construimos para no hacer las cosas más difíciles o de repente -se me ocurre- para no hacerlas tan fáciles. Así somos, tal vez por eso la necesidad de no perdernos el rastro y de no amenazar a la casualidad que no se deja ver muy seguido por estos lares. Los mensajes que nos mandamos son tristemente alentadores y espero que no solo nos llevemos bien de lejos, por correspondencia, sino que enfrentemos nuestros estados de ánimo, eso urgente. Ahora que nuestras vidas han dado giros completos, y que tú te interesas cada día menos en seguir con este querer y no querer actuar, ahora que te has extendido lejos de aquí, ahora, sólo me queda publicar lo que fue nuestras vidas paralelas.


PD. Adjunto un poema de Mario Benedetti para redondear la idea y, en general, la historia. Dejando en claro que esta historia no es tomada de la vida real sino de esas paralelas que aveces nos quitan la viada.

AUSENCIA DE DIOS

Digamos que te alejas definitivamente hacia el pozo de olvido que prefieres, pero la mejor parte de tu espacio, en realidad la única constante de tu espacio, quedará para siempre en mí, doliente, persuadida, frustrada, silenciosa, quedará en mí tu corazón inerte y sustancial, tu corazón de una promesa única en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote.

Después de ese dolor redondo y eficaz, pacientemente agrio, de invencible ternura, ya no importa que use tu insoportable ausencia ni que me atreva a preguntar si cabes como siempre en una palabra.

Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche desgarradoramente idéntica a las otras que repetí buscándote, rodeándote. Hay solamente un eco irremediable de mi voz como niño, esa que no sabía.

Ahora que miedo inútil, qué vergüenza no tener oración para morder, no tener fe para clavar las uñas, no tener nada más que la noche, saber que Dios se muere, se resbala, que Dios retrocede con los brazos cerrados, con los labios cerrados, con la niebla, como un campanario atrozmente en ruinas que desandara siglos de ceniza.

Es tarde. Sin embargo yo daría todos los juramentos y las lluvias, las paredes con insultos y mimos, las ventanas de invierno, el mar a veces, por no tener tu corazón en mí, tu corazón inevitable y doloroso en mí que estoy enteramente solo sobreviviéndote.

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