Encontré este escrito entre mis papeles, debo de haberlo escrito hace unos cinco años por lo menos, pero ahora sólo lo publico por inercia, porque me vuelvo a encontrar con la soledad, y porque no tengo nada de ganas de escribir nuevamente sobre ella. Me hubiera gustado cambiar algunos detalles como el final, porque ahora es diferente, pero no quiero complicarme la existencsia, así que ahí va.
La soledad nunca dará la cara sino sólo su compañía, porque si lo hiciera perdería sus virtudes, porque tendría el rostro de esa persona que te mandó al exilio y te condenó hasta que el recuerdo y la entonación de la letra Hache lo toleren. La soledad te pregunta siempre por los amigos, por el precio de dólar, por tu gastritis crónica, pero nunca por una mujer, ni por tu madre. Se juega todas sus cartas, como sabiendo, que ella también sufrirá de desolación.
En compañía de la soledad olvidas que tienes los labios resecos y el pantalón flojo, que los zapatos se lustran todos los días, y esas cosas que nunca olvidabas cada mañana. Hasta olvidas la ubicación del teléfono. Así de peligroso es la soledad, así de anestésica
También tiene como virtud, por ahí, el hecho de descuidarse y, uno ¡zaz! comenzar a recordar esa ultima vez que llegaste a tener a tu presoledad entre los brazos y, más exactamente, en tu cama. Pero hay momentos nocturnos en los que la soledad se disfraza de fatiga y te hace odiar a tu pasado. Ese es su trabajo al fin y al cabo.
La soledad es una experta en vender bisutería y consolación, sabe lo que no necesitas y te lo vende para comprometerte con el tiempo y con su espalda. Un detalle más que seria bueno notar es que esta dama está siempre donde tú quieres que esté -si doblas a la derecha, ahí está, si lo haces a la izquierda, igualmente-, no se pierde, sea cual fuese, tu conversación silenciosa.
No usa maquillaje, y sus caprichos son bocanadas de mujer. Tal vez ahí uno de sus debilidades, pues la naturaleza del exiliado es volver a su terruño con la esperanza de que ahora no puedan expulsarlo con ninguna arma de género. La soledad tiene la silueta bien pronunciada -creo que es suya, eso espero- que te distrae y te hace buscar siempre la ventana.
Cuando no me canso de mirar el techo y de construir una historia en cada detalle (que nos preocupamos en colgar o colocar en mi cuarto) entiendo que debo seguir con esa inercia para no morir de un infarto. Ahora me sucede que sólo encuentro deudas en mi caja fuerte, o sea mi buró, donde guardo todos esos sentimientos y todas esas cosas que creo importantes. –Presoledad-, creo que me olvidé de las pequeñas cosas ¿no?
Recuerdo un día que mi presoledad volvió, con su nombre en mi celular como llamada perdida y, la soledad me convenció, de que había sido una provocación de la tristeza y no respondí la llamada. La soledad te vuelve cuerdo, te hace preocuparte por lo que comes y por lo que has dejado de hacer por estar en el Internet buscando distracciones de otra índole.
En suma, la soledad te vuelve confesor de tus desgracias, pero espero que mi Presoledad entienda que, al último, es sólo una manera, de regresar a lo siguiente, de tele transportarse al mismo lugar, de reconocer tu silueta “…así de bello es amarte”.
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