viernes, 9 de enero de 2009

La muchacha del nombre con la letra adhesiva

Me dijo que se llamaba Helena y, abriendo los ojos con suma coquetería, me advirtió, “Helena con hache, por si acaso”. Está bien, con hache, concluí. Noté que al haberme hecho saber que su nombre incluía a la letra hache como introducción, me iba a modificar o replantear -supongo que para bien por la entonación y simpatía de la advertencia- mi opinión sobre ella. Me la estaba presentando César, un amigo del trabajo; Helena había ido a conocer el trabajo de uno de sus mejores amigos y a la vez invitarlo al matrimonio de su hermana a quien César conocía y apreciaba.

“¿Tu nombre es con C y K, no?”. Sí, J-A-C-K-S-O-N, Jackson, respondí. Hasta ese momento no sabía el porqué de esa fijación en la composición de los nombres. Me tocó platicar con ella unos minutos mientras César terminaba su trabajo. Llegó a caerme simpática. No dejaba de hablar del hermoso vestido de bodas de su hermana y lo describía con tanta minuciosidad que parecía haber sido ella quien lo diseñó. Dentro de las pocas veces que me tocó intervenir le contaba algunas anécdotas de la boda de un amigo de la universidad (de hace dos meses), cuando de pronto un gesto suyo -como si algo se le ocurriera- me hizo callar de manera instantánea, “Los pases son dobles, César de seguro que va con Ximena, con equis, ¿la conoces?” Sí. “entonces le voy a dejar otro pase por si te animas a ir”. Gracias, atiné a decirle y siguió hablando, ahora ella, de sus anécdotas en bodas. Tenía la virtud de contar y describir de manera genial cada historia, eso llevó a que la “conversa” sea entretenida. Llegó César y salimos juntos de edificio. Me tocó despedirme en la esquina, ellos doblaron a la derecha, yo crucé la Av. Angamos.

No había tenido tiempo ni espacio para preguntarle a César por su particular amiga. Pero la idea de volverla a ver y conocerla un poco más en esa boda rondaba de rato en rato en mi cabeza. Sentía curiosidad de saber la razón de tanta aclaración por los nombres, por saber si era verdad que le quedaba tan bien como decía el vestido a su hermana. Por otro lado, también estaba la idea de que talvez sólo hubiera sido una coincidencia y, por tanto, una conjetura errónea; una curiosidad vaga.

En los días siguientes le hic e algunas preguntas a César de poca relevancia e inexactas a lo que quería saber en verdad. No quería tampoco que piense que me parecía extraña su amiga. Quedamos en ir a la boda, él con Ximena y me incitó a que invite a alguien. Le dije que ya en ese momento, pero pensando en lo que me tenía intrigado ni me molesté en invitar a alguien, pues había aceptado la invitación exclusivamente para dos cosas: para conocer, hasta donde se pudiese, a Helena, no de Troya sino a la de los ojos grandes y coquetos, a la que sintió necesidad de presentarme también a la primera letra de su nombre; y para ver que tanto de cierto tenía en la descripción de su hermana y de su vestido.

Ese sábado llegué a las cinco de la tarde-como habíamos quedado-a la casa de César y salimos a recoger a Ximena, me preguntó a quién recogeríamos por mi parte, y le respondí que a nadie, que no había podido ubicar a ninguna amiga. “Eres un quedado”, me dijo. Así parece, le contesté. Recogimos a Ximena con el retraso que ya me lo había planteado por ser ley entre las mujeres, y llegamos a eso de seis y veinte a la iglesia. La boda también se había retrasado por esas cosas-estoy seguro-de las tradiciones que te llevan a poner énfasis en el retraso de la novia como queriendo dejar el momento telenovelesco en aquel evento dizque provocador de la unión de una pareja para toda la vida.

Ahora, al ver a la novia en verdad añoré que ese pacto durase toda la vida porque, no podía imaginarme-y tampoco quería-ver a aquella mujer sufrir. Estaba ¡fantástica! Y ese vestido parecía ser sólo una extensión de su figura. Helena no había exagerado y, eso me agradó más aún. La ceremonia fue bastante rápida, yo trataba de ubicar a la chica que me había llevado hasta allí, que tenía además, como otra virtud, el no exagerar, excepto en lo de la fijación en las composiciones de los nombres. Aunque esa exageración-para variar- también me encantó.

No pude ubicarla hasta cuando llegamos a la recepción. Fue un discreto y desalentador saludo desde lejos, se le notaba ocupada. Ese comienzo me restó el plus con el que llegué. Mientras tanto, no dejaba de observar a la novia. Nunca me le acerqué ni siquiera para confesarle ese franco deseo de querer verla feliz –repito, con alucinado deseo-, toda la vida.

Por la falta de plática y de baile, por estar concentrando en la arquitectura del lugar y en los rostros que se me cruzaban, me la pasé toda la noche con una copa en la mano, no desaprovechaba ninguna oportunidad que me diese el mozo al por mi costado. Conocía casi todos los rostros de aquella fiesta, pero no ubicaba el de Helena. Me sumí en un profundo desconcierto mientras me preguntaba: A qué hora se me ocurrió venir a esta fiesta a la cual no pertenecía ni de casualidad.

César y Ximena no refresaban hace un buen rato de la pista de baile. A eso de la una traté de caminar por donde se pudiese, para no parecer parte de la decoración o un típico tipo monse plantado en una esquina de alguna buena fiesta. Traté de ubicarme por la puerta principal para regresar si era necesario a esa apacible esquina. Luego de caminar sin brújula tratando de ubicar mí esquina, ubiqué a Helena conversando con otra chica. Después de ese vago saludo de hace unas horas no encontraba otra excusa para acercarme a ella. Estaba como cuidando algo y medio apagada. Eso me detuvo más, aunque los martínis habían sido el mejor combustible para hacer girar mi planeta.

Se quedó sola después de un rato, tardé diez minutos para tomar la decisión de acercarme y otros diez para estar frente a ella.

-Hola Helena…con hache -dije arrepintiéndome de eso último.
-Hola. Bien, que tal -me respondió sonriéndome-, cómo la estas pasando.
-Mira ehh…súper. Está bastante buena la fiesta y tu hermana preciosa, aunque hace rato que no la veo.
-Te lo dije -me siguió diciendo- me encantó verla feliz y preciosa aunque fuese un rato.
Se me vino a la mente todo ese temor, que contenía, de ver a Alessandra -la novia- sufrir después de escuchar ese comentario.
-¿Qué pasó? –pregunté.
-No pude verla más que en la iglesia y, acá estuve con ella sólo un ratito ya que tuve que retirarme por unos problemitas que se me presentaron –me decía, mientras miraba bastante concentrada una copa vacía que sostenía en la mano derecha.

Eso me tranquilizó un poco, por la ahora esposa de un tal Maguiña, pero no me gustó el semblante que estaba poseyendo a Helena frase a frase. Tomé una copa a la volada –pidiendo las disculpas del caso al mozo- y la invité a conversar afuera para más comodidad. Aceptó, deja la copa en una mesa y fuimos a la puerta lateral. Buscamos unas sillas mientras las ubicaba cerca, la brisa y el sonido del mar descontrolaron la velocidad a la que giraba mi planeta, pero me recompuse por no desaprovechar hasta donde había llegado y también, por respeto.

Acomodámos los asientos en silencio y sólo se me ocurrió decir.

-Mi segundo nombre es Noé, por si acaso Jackson te parece desesperante.

Sonrió y sin darme tiempo a decir algo, dijo “no hay problema con Jackson, no te preocupes. Noé suena bien pero te llamaré Jackson”.

Su respuesta no fue alentadora como tampoco lo que dije. Ella también llevaba algunas copas en la mirada y eso me tranquilizó un poco. Le pregunté por qué se había perdido la fiesta de su hermana.

-Mi enamorado quería ir a un compromiso que tenía, y me pidió que lo acompañe.

-¿Pero no sabía de la boda de tu hermana?

-Si sabía, estuvo en la iglesia conmigo y quedamos en ir después un rato a su compromiso. Traté de convencerlo y lo traje un rato a la fiesta pero… tuvimos que irnos al rato nomás.

-Que bueno.

-qué.

-lo inseparables que pueden ser, o sea, cada uno tenía un compromiso impostergable y, hubiesen podido ir cada uno al suyo, ¡pero qué inseparables!, le sigues los pasos a tu hermana.

-No creo –dijo, acompañando su gesto con una sonrisa irónica y mirando al cielo.

-Y, cómo se llama tu enamorado.
-John.

-¿Con hache también?.

-Sí, pero que tiene que ver eso.

-Fue una observación- dije. La cara me comenzó a arder. Y, él dónde está ahora –le pregunté, mientras tomaba un sorbo del martíni.

-No sé, discutimos, yo regresé. Él dónde estará.

-Tengo una curiosidad desde el día que te conocí...

-Cuál –me dijo. Tomó de mi mano la copa y tomó un sorbo.

-...¿Por qué me aclaraste que tu nombre comenzaba con hache con tanta entonación?

-Porque mi nombre comienza con hache, pero es difícil que lo sepas por las razones que los dos sabemos.

-Mmm.

-¿Qué?

-O sea que tu nombre es particular y querías hacerme saber de su singularidad.

-No es para tanto.

-Eso pensé –le dije mientras miraba sus ojos redondos y obnubilados.

Sentía que estaba cayendo en una conversación sin fondo ni argumento, pero no podía detenerme. Ella en ese momento comenzó a cambiar de gestos y su sonrisa -mientras hablaba- era cada vez más repetitiva. Sentía en su ojos júbilo y en el movimiento de sus labios, gracia y sinceridad. Era como aquella primera vez. Sonreía, abría sus delatadores ojos sin reparo y yo me concentraba más en mirarla.

A eso de las tres y media de la mañana, mientras nos divertíamos -a nuestra manera- conversando, mirándonos girar el uno al otro. Nos sorprendió una señora y la llamó a un lado, en ese momento aproveche para intentar uniformizar mis sentidos. Regresó, me dijo que tenía que irse; que había sido un placer y un buen tónico contra el mal ánimo hablar conmigo.

-Chau, Jackson Noé- me dijo. Con sus dos manos apretó mi mano izquierda y, yo la miraba como queriendo no dejar pasar ningún detalle.

-Adiós, un gusto –me despedí.

Me quedé un rato en mi silla y para no seguir asesinando mis aciertos decidí regresar a la fiesta para buscar a César e irnos. Pero nada. No los ubiqué, di un vistazo rápido a todo el lugar esperando ubicarlo por última vez, busqu la puerta principal y tomé un taxi.

Aquel domingo desperté tratando de recordar todo lo que había pasado por la noche como hace uno para recordar los sueños. Al siguiente día a la hora del almuerzo me encontré con César.

-Quedado, qué pasó el sábado.

-Nada, por qué.

-No me han dejado de llamar preguntándome por ti.

-¿Si?, espero que la novia.

-No, fue la hermana de la novia, quien me pidió tu número de celular y tu correo.

No cambié de expresión porque sentí que no debía hacerlo. César había aprendido de mi a molestar muy bien de esa manera. Cambié de conversación como saben hacerlo los vergonzosos. Esa noche recibí un mensaje que decía: “Hola Noé, ahora te llamaré así, ya no me interesan los nombres con agregados, me entiendes no? estamos en contacto”

Sabes que te entendí, y como te lo prometí, no lo diré nunca, quedará entre nosotros. Además, ya cambiamos de hábitos y más raros aún ¿no? Perdonen que haya comenzado esta historia con una duda que encerraba una certeza inconfesable, pero es que a veces puedo ser tan quedado en verdad, para decir simplemente que la amo y que no quiero hacer otra cosa que, contemplar sus ojos grandes y dormilones, contemplar su alma mientras corre. Este articulo surgió queriendo hacerle saber a Helena que la necesito.

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