sábado, 7 de marzo de 2009

Las mujeres nos llaman perros (Primer capítulo)

Tengo 23 años, soy de tez canela, mido un metro setenta y tres, he hecho gimnasio por cerca de cuatro años y mis amigas dicen que soy guapo, mí enamorada también dice lo mismo. En verdad no me ando fijando en ello a cada rato. Sólo cuando alguien por ahí me coquetea, pero en fin, no me puedo quejar de mi suerte con las mujeres.
Tengo cuatro años con mi enamorada. Recuerdo que un primo mío apresuró los acontecimientos entre ambos encerrándonos en el baño de una academia preuniversitaria. Nos besamos tímidamente aquella vez, sin embargo no dejé de recibir una cachetada antes de aquel primer beso. Al final iniciamos una linda relación que se ha venido a complicar últimamente por cierta inseguridad que ella me reclama a estas alturas de la relación. Algo es cierto: la amo, quiero que sea la madre de mis hijos. No la quiero dejar. Pero, a veces se pone insoportable celándome y sacando nombres de mujeres que seguro conozco, pero que no pasan de ser simplemente eso: conocidas.
A veces me pregunto si podré en algún momento sólo concentrarme en
ella. Mejor dicho, quisiera saber si en algún momento ella será ese centro de mi vida que quiere ser para que acaben de una vez estos conflictos ya cotidianos, que más bien me alejan.
Al final, ninguno de los dos es universitario, yo trabajo en un restaurante de mesero y ella estudia inglés. Eso sí, nos vemos tres veces a la semana y casi siempre terminamos en alguna cama ajena. Podría decir que en ese sentido todavía conservamos todo el amor del mundo cuando se trata de estar a solas.
Hace unos meses, un primo suyo le fue con cuentos sobre una vecina de la otra cuadra, estoy seguro que más por celos que por la integridad de su prima. Aquel fin de semana fui a verla porque íbamos a ir al cine y me botó de su casa haciendo un escándalo que realmente me cohibió de la vergüenza que estaba pasando y, simplemente, me retiré. Por dentro pensaba que realmente me lo merecía pero al final lo que me tenía preocupado era si se le pasaría el coraje o si era definitiva esa choteada. En esos momentos ni se me cruzaba por la mente que había sido el primo el que me había delatado.
Bien, creo que también es necesario hablar un poco de esa vecina que entró en la historia. Su nombre, como el de mi enamorada o el mío, no vienen al caso. La llamaré simplemente vecina, y para ser más preciso una linda vecina. La había conocido dos años antes, me la habían presentado sus hermanas, dos esculturales señoritas un par de años menor que yo. Su casa era siempre casi un lugar de visita obligatoria los viernes o los sábados, ya que siempre estaba disponible para celebrar una fiesta con o sin motivo.
Fue ahí que conocí mejor a esta vecina de la historia: bailando, conversando, riéndonos de algún espectáculo protagonizado por algún cabeza de pollo. Pero inmediatamente me di cuenta que con esta vecina habría problemas, sencillamente porque era muy coqueta. Le gustaba jugar de miradas, de manos, de boca y, eso, entenderán, no es fácil de dejar de lado. Mi enamorada no sabía que yo iba a las fiestas que se hacían en aquella casa. Ella pensaba que mi relación era con los primos de las muchachas lindas que vivían allí. En una de las fiestas semanales el primo de mi enamorada llegó, luego me enteré que siguiendo a la vecina. Lo saludé, yo ya estaba ebrio, era de madrugada, había tomado como para olvidarme de los problemas de casa. Y como en otras oportunidades, las cuales no cuento por razones de espacio, esta vecina me dejaba ni un momento en paz. No me soltó. Recuerdo que bailábamos, cuando de pronto me abrazó y me besó como queriéndome comer la boca, se abalanzó y me hizo trastabillar. No me pude resistir y la besé, no podía hacer otra cosa, a pesar de que sentía que todos nos miraban, que sonreían, que cuchicheaban, pero la cerveza me había llevado a despreocuparme por mi al rededor, hasta por el primo de mi enamorada que estaba parado en la puerta de la casa, imagino que pasmado pero sobre todo bastante ebrio.
Bueno. Creo necesario repetir que a mi enamorada la amo, la necesito. Y sobre lo que se enteró de la vecina, creo, que ya se le pasó, aunque sus advertencias me dan un poco de miedo. Hemos quedado en salir más tarde a pasear. Espero que hoy no se arme la fiesta, porque no quiero perdérmela. Tiene que ser mañana, porque ella el sábado se va a Chosica a visitar a su abuelita. Y la vecina ya tiene claro que ese primo despechado no está invitado a la fiesta del fin de semana.
Aunque ahora se me viene a la cabeza varios comentarios que he escuchado a la vecina, y en general a sus hermanas y amigas. Presiento que a esas lindas chicas mi enamorada no les cae, creo que las cosas van por ahí también. Pero bueno. Yo no pienso dejarla aunque ellas me lo pidan, aunque tampoco dejaré de verlas por lo que haya pasado en algunas borracheras donde el licor nos llevó a equivocar las situaciones, los labios y en general las ganas.

(Estas historias son una mezcla de ficción y realidad, donde muchas escenas han sido creadas por el autor, y también se han cambiado los nombres de los personajes originales)

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