domingo, 31 de mayo de 2009

La casa de la Familia Mariátegui-Chiappe

“Mudada mis condiciones físicas,
fui adquiriendo gustos sedentarios”
J.C.M.

“Por ti, mi ensangrentado camino tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida, sin tus antiguos colores de madonna toscana, siento que la vida que te falta, es la vida que me diste”. Estos versos le escribió José Carlos Mariátegui a su esposa en los últimos días de su vida, cuando vivía en una casa alquilada en el Jr. Washington Izquierda 554 en Lima Cercado. Residió ahí un lapso de cinco años, hasta el año 30 cuando le llegó la muerte antes de cumplir los 36 años.
Actualmente dicho predio, que lleva como nombre Casa Museo Mariátegui, acoge a diversas entidades académicas y culturales interesadas en promover encuentros y organizar actividades. El año 1972 estuvo a punto de ser demolida, pero fue salvada por el Instituto Nacional de Cultura, básicamente por el reclamo de los intelectuales de la época, y fue así que se le declaró Monumento Republicano.
Cuando uno llega a esa cuadra del famoso Jr. Washington, lo primero que advierte es que la vivienda que acogió al pensador ilustre y visionario, se ubica en medio de un centro de rehabilitación física y un inmueble que sirve para calmar los deseos y disipar los miedos de muchos amates secretos. La casa es un antiguo solar construido en los primeros años del siglo pasado en lo que fueran los extramuros de la Lima de principios del veinte, de un solo piso, la construcción guarda las características arquitectónicas de su época.
Un vigilante, que sacude las piernas para liberar el fastidio –me imagino- de tantas horas de pie, me da la bienvenida. Lo saludo y le pregunto si puedo ingresar a la biblioteca. Me dice que sí, que sólo tengo que registrar mi ingreso y entregarle mi documento de identidad. Me invita a pasar y lo primero que veo en la pared es una de las tantas fotos del “Amauta”, ahora mostrando una gran sonrisa, debe de ser una de las pocas en la que lo hace. Ingreso por la puerta de la derecha y llego a un pasadizo que me lleva al hall de la casa, las baldosas son de colores pajizos, y aprovechando todos los espacios en las paredes se encuentra una pinacoteca de los retratos de Mariategui, de estilo indigenista..
Me encuentro con la sorpresa que se está presentando una exposición de fotografías, objetos y libros de José Carlos denominado “Mariátegui y sus contemporáneos”. Pero a la vez se muestran los distintos ambientes de la casa y el mobiliario que usó la familia Mariátegui-Chiappe. Estoy parado entre el límite del pasadizo y el hall y me pregunto por dónde empezar. Así que decido empezar por el ambiente más cercano y el más grande ubicado hacia mi izquierda. Era la sala principal donde el pensador peruano recibía, al final de la tarde, a los amigos escritores, artistas, estudiantes y a los obreros, a los que les dio las armas del pensamiento.
La sala debe medir aproximadamente siete metros de ancho por nueve de largo, y debe tener unos cuatro metros y medio de altura. Al final de la sala, formando un ángulo recto, entre las dos paredes paralelas que soportan dos puertas cada una, hacia la izquierda, se encuentra el Rincón Rojo, un espacio formado por un mueble empapelado del color que evoca, con una banca en forma de bisagra en la misma esquina, que en los tiempos de Mariátegui estaban forrados de cuero. El ambiente aún se conserva solemne, como esperando esas tardes de tertulia, como eran conocidas. En aquella gran sala se desplazaba el ensayista en su silla de ruedas que manejaba el mismo.


Regreso hacía el hall y decido ingresar al siguiente ambiente, a simple vista más pequeño, al lado izquierdo de la gran sala. Era el sitio donde Mariátegui digitó y sacó adelante la revista Amauta y sus dos principales libros. Allí tenía su gabinete de trabajo. Anna Chiappe, su esposa, de nacionalidad italiana, que conoció y conquistó durante su exilio en Europa en los primeros años de la década del veinte, la acompañó hasta su muerte, tuvieron cuatro hijos: Sandro Sigfried, José Carlos y Javier, y era Anna quien aligeraba el manejo económico de la casa al iniciador del Partido Comunista en el Perú. También le modulaba el ruido domestico sin anularlo totalmente, ya que Mariátegui disfrutaba de la compañía espontanea y bulliciosa de sus hijos. Podemos observar, pegados a la pared, sillas, pequeñas mesas y un escritorio de acabado fino frente a la puerta del estudio.
Es necesario, nuevamente, regresar al hall para pasar al siguiente ambiente, era el cuarto de los hijos de la familia. Se encuentran en exposición roperos grandes, de tres cuerpos, precisamente dos. Uno de ellos lleva un espejo que muestra con creces, rajaduras por el pasar del tiempo. Están impecables, parecen nuevos y a uno le da ganas de darle un golpecito para salir de la duda, pero uno no puede porque dejan la ligera impresión, la extraña impresión de ser intocables, más allá de cualquier advertencia que están dadas en un pequeño papel, se trata más bien de un respeto a la solemnidad que inspiran los muebles, el mismo ambiente.
Salgo de la habitación y llego a ese eje que acompaña todo el recorrido de la casa y llego a lo que ahora es la biblioteca, un ambiente pequeño, de las mismas proporciones que el anterior. Me encuentro con un señor concentrado en su computadora, lo saludo mientras observo los andamios llenos de libros e imagino, por esas ligerezas de la vida, que todos deben estar relacionados con José Carlos Mariátegui, con ese socialismo a ultranza, y esa prístina impresión me lleva a dudar y no sé qué preguntar. De repente le explico un poco el objetivo de mi visita. Me responde muy amablemente que ese fue la habitación del “Amauta”, donde ahora descansan no sólo los libros que fueron parte de su biblioteca personal, sino muchos otros de variados temas, como me explica gentilmente el bibliotecario.
Uno no puede desplazarse cómodamente en la biblioteca, la verdad es que no me imagino a dónde me enviarán a leer si es que decido pedir un libro, y eso me hace seguir con mi aventura en aquella casa, de hecho, histórica. Me despido del señor agradeciéndole su tiempo. Y, a un lado de lo que fue el comedor de la familia encuentro una escultura de José Carlos del artista Orlando Izquierdo. Entro al comedor y me encuentro con la exposición de varios de los libros del pensador, muchos son primeras ediciones, pero también se muestran los libros que leía en otros idiomas como el italiano, el francés y el inglés.
Me encuentro con otro pasadizo gemelo al de la entrada, lleva a un ambiente que está cerrado. Es la dirección por lo que señala un letrero. Sé que no me van a atender si llego al final de pasadizo, pero igual quiero darme el gusto y lo hago. Regreso al hall, siento que la visita ha sido productiva. Mientras recorría los ambientes me los imaginaba hace 75 años, con niños, con una mujer hermosa atenta a las necesidades de su amado esposo y con una silla de ruedas yendo por todas partes, recibiendo a los amigos, a los compañeros, me imagino el ambiente con risas, pero también, por qué negarlo, con llantos, con silencios tristes.
Regreso a la entrada del local, me percato que en el pasadizo hay un cuadro de Anna Chiappe, y confirmo que era hermosa. El vigilante me ve e inmediatamente va a una mesa y saca mi DNI, me lo entrega, le agradezco. Le pregunto que actividad habrá por la noche. “Se presentará el Rincón de la Poesía, dirigido por el poeta Arturo Corcuera”, me dice. Me despido agradeciéndole.
Ya en la vereda, mirando a la derecha y a la izquierda para cruzar la pista, me digo a mi mismo, el Rincón de la Poesía ha suplantado al Rincón Rojo de un revolucionario innato. Lamentablemente, no tendrás, como diría Gonzalo Rose, tu octubre rojo José Carlos.

1 comentario:

José Manuel dijo...

Bonito relato de la casa Mariategui, no tengo el gusto de conocerla aún, espero visitarla algún día. Por cierto, en mis días de bibliotecaría en Geografía, encontré una bonita colección de sus obras creo que son libros que nunca han sido abiertos, espero darme una vuelta pronto.